sábado, 17 de septiembre de 2011

Historias de la Caravana por la Paz


*Desapariciones, violaciones y muertes son las constantes

OSWALDO RODRÍGUEZ

San Cristóbal de Las Casas.- El grito de “Viva México” se ha vuelto “impronunciable porque… la memoria de la independencia y la libertad está dolida y traicionada”, dice Javier Sicilia entre la lluvia que azota el paso de la Caravana por la Paz pero que no la detiene.
Es un contingente de más 520 personas provenientes de 21 estados y 120 organizaciones civiles, la voz que mezcla el reclamo indígena por sus tierras, el migrante “violentado” en la frontera; las familias que han perdido la hija, el hijo, la madre o el padre en los “levantones”; y el eco que resuena en las pancartas de los desaparecidos del Norte, Centro y Sur del país.
Las pancartas “hablan”, el grito se convierte en silencio y el silencio en historias. Entre el tumulto que arriba en 14 autobuses, destaca “el Hombre Árbol”; camina a pasos agigantados entre la multitud, porta una camisa extravagante cubierta de ramas que suben hasta su cabeza y un pants café con los apellidos Malvido y Conway escritos en letras metálicas sobre sus rodillas.
Entre la llovizna, “el Hombre Árbol” ondea con la mano derecha la bandera con el lema “Alto ecocidio nacional”; mientras que con la izquierda agita un cartel con el rostro de Rafael Malvido Conway, atravesado por la palabra JUSTICIA.
Rafael, ambientalista, murió hace 14 años a manos de un hombre apodado “El Chino” y la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal dejó en el olvido su asesinato; nueve años después, su hermano Enrique marchó con una cruz de madera hasta la Suprema Corte de Justicia pero su voz no fue escuchada.

“NO HE TENIDO TIEMPO PARA VERLOS”
Como “El Hombre Árbol”, un padre sonorense exige justicia; su hijo y tres de sus amigos presuntamente fueron secuestrados por la Policía Municipal de Ciudad Obregón, Hermosillo. Los cuatro jóvenes iban a bordo de un vehículo cuando a las 7:30 de la noche del 1 de julio, una patrulla inició una persecución contra ellos; se escuchaban balazos.
Los estudiantes Jorge Mario Morelos, José Francisco, Mario Enrique Díaz Islas y Otero huían de los agentes con miedo a que una bala les quitara la vida; lejos de los oficiales, los cuatro descendieron de la unidad y la dejaron abandonada.
A 27 kilómetros de donde inició la persecución, entraron a una tienda de autoservicios OXXO y Jorge recargó 30 pesos de tiempo aire y se comunicó con su padre. Le puso al tanto de lo sucedido.
De pronto, con una voz agitada su hijo le grito: “Vienen por mí…” y le arrebataron el teléfono. Trató de comunicarse con Jorge pero la llamada entraba a buzón. Dos horas después, a las 10:18 de la noche, la hermana del secuestrado intentó de nuevo y está vez le contestó una voz extraña.
—¿Quiénes son ustedes?
—Tranquila, aquí los que hacemos las preguntas somos nosotros, pásame a tu papá.
Le pasó el celular a su padre y su rostro palideció. Las personas le exigían 30 mil pesos para liberar a su hijo. Era un secuestro.
Los plagiadores cedieron la bocina a Jorge.
—No te mortifiques papá, dile a mi mamá que estoy bien, los señores me van a soltar, le dijo.
Fueron las últimas palabras que escuchó de su hijo, hasta hoy no ha vuelto a saber de él. El padre Interpuso su denuncia a la Fiscalía junto con unos videos que habían capturado el momento del “levantón”, nunca llegó contestación ni respuesta; después sacó un registro telefónico de las llamadas que recibió ese día y una de ellas provenía de la Procuraduría General de Justicia de Sonora, la misma fecha y hora en que recibió la llamada de los secuestradores.
El 2 de agosto fue recibido por el procurador de Justicia y al preguntarle acerca de los videos, el funcionario respondió a secas: “No he tenido tiempo para verlos”.

VÍCTIMAS DEL SUR
Las historias también son contadas por otras voces, la del familiar adolorido o desde la del amigo cercano, la portavoz de Rosa es una mujer indígena representante del grupo de protesta “La Voz del Amate”; ella cuenta que su amiga fue secuestrada hace tiempo, tenía cuatro meses de embarazo y aún así sus plagiadores la torturaron.
Días después la liberaron pero a causa de los golpes que recibió en el vientre su hijo nació con parálisis cerebral, apenas disfrutaba de su bebé cuando fue detenida junto a su esposo por un delito prefabricado. Hasta hoy, ignoran de qué se les acusa.
A más de 212 kilómetros de San Cristóbal de Las Casas, otra mujer fue víctima de la injusticia, prefiere omitir su nombre porque el temor sigue latente. Narra que un grupo de 18 personas allanó su vivienda en Comitán de Domínguez, sin una orden de cateo o algo escrito. Nunca supo quiénes eran pero iban uniformados.
Tras interponer la denuncia, empezó a recibir amenazas telefónicas hasta que el 25 de agosto del año pasado la secuestraron, la torturaron y… hace una pausa, sus ojos se cristalizan y una lágrima rueda por sus mejillas, su mandíbula tiembla y casi en susurros completa… “me ultrajaron”.
Fuera del auditorio en que hace momentos subió al estrado, se le ve impaciente, con disimulo me ve de reojo, no accede a la entrevista.
“Ya está cayendo la noche y es peligroso, ya me quiero ir” me contesta. Camina hacia el oriente y acelera el paso para no desprenderse de la multitud que le ha sacado metros de distancia.

EL VAQUERO GALÁCTICO
De entre la multitud también destaca el hombre que porta una pancarta con la foto de “El Vaquero Galáctico”, su hijo, un joven que actuaba en lugares públicos como estatua humana. Se vestía con sombrero y lentes, y se pintaba el cuerpo de plata para parecer una efigie metálica a escala.
El “Vaquero Galáctico”, como lo conocían en el Norte, fue “levantado” por tres patrullas de la Policía Municipal de Nuevo León, presuntamente por trabajar en la vía pública. A partir de ahí, la estatua humana desapareció y ni sus propios padres volvieron a saber de él.
Los elementos responsables —dijeron los testigos— fueron los de la unidad 534, 538 y 540, sin embargo, a pesar de la denuncia, los oficiales están libres.
Su padre recurre con frecuencia ante las autoridades y la voz es la de siempre: “Estamos investigando”. Vio un destello de esperanza cuando se reuniría con el alcalde, pero éste nunca llegó.
Como ésta, las historias de desapariciones abarcan familias casi completas, como la que cuenta Gabino Gómez, un portavoz que ha participado en la Caravana de la Paz desde sus inicios y además se manifestó a lado de Marisela Escobedo.
Fue el 19 de junio, justo cuando celebraban el Día del Padre en la colonia Anáhuac, del municipio de Cuauhtémoc, Chihuahua. Dos hombres ingresaron a la fiesta y con arma en mano dispararon al aire, la familia Muñoz Veleta se comunicó a las autoridades y los policías se negaron a detener a los pistoleros.
Estaban indignados e impulsado por la furia, uno de los hombres de la familia abordó la patrulla y la alejó 200 metros fuera de su casa.
“Aquí está las llaves de su camioneta, no sirven para nada”, les reclamó.
Horas después, los hombres armados regresaron a pedir disculpas a la familia luego de que la celebración había terminado. Dieron las 10:00 de la noche y la familia estaba recostada.
De pronto, un despliegue de entre 10 y 12 vehículos negros particulares se conjuntó en la vivienda e irrumpieron el domicilio. Las personas a bordo de las unidades sacaron a rastras a Toribio Jiménez Muñoz, de 61 años; Guadalupe, Hugo, Jaime y Óscar Muñoz, Nemesio Solís González, de 41, sobrino de Toribio; Luis Romeo Muñoz, de 21 (nieto); y Óscar Guadalupe Cruz Bustos, también de 21 (yerno).
Algunos integrantes se refugiaron y alcanzaron a ver que uno de los hombres portaba la camisola de la Policía Federal pero además se percataron de que, a sólo unos metros, estaba aparcada una unidad de la Policía Municipal con sus elementos presenciando el hecho. La denuncia fue interpuesta y a más de tres meses, las investigaciones siguen truncadas.
Las historias de la Caravana continúan con cada paso, unas nacidas desde el peligro de sobrevivir, de correr el riesgo e ir contra la corriente y otras por equivocación e injusticia. La marcha, la tarde de ayer, partió para Ocosingo y trata de ser el correctivo a la herida abierta en el Norte del país que se ha convertido en gangrena dispuesta a devorarlo todo, como mencionó Javier Sicilia en Oventic, Chiapas, en medio del pueblo que cubre su rostro con pasamontañas.

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