viernes, 3 de febrero de 2012

EMPLEADOS VINCULADOS EN ROBO MILLONARIO

De víctima a inculpado

OSWALDO RODRÍGUEZ

A seis días del robo millonario, Andrés ya sabe lo que es tener al destino y la justicia en su contra. Tuvo la mala fortuna de presenciar el asalto que ahora le ha costado su libertad, a pesar de su inocencia.
En su declaración, a la que El Heraldo de Chiapas tuvo acceso, Andrés Vélez Villalobos cuenta con detalle lo ocurrido en el atraco ocurrido ese 29 de enero en la empresa “Presta Prenda” de Banco Azteca.
Vélez Villalobos, quien prestaba —hasta el día de su detención— sus servicios a la casa de empeño, llegó a su trabajo 25 minutos antes de las nueve; afuera lo esperaba su compañero Enrique Ovilla, encargado de la bodega y quien tiene a su cargo la llave del negocio.
Ambos, quitaron los candados de la entrada principal y desactivaron la alarma del local; en seguida cada quien se dirigió a su área de trabajo. En ese momento, llegó Fernando Mondragón, el valuador de la tienda.
Después de abrir las cortinas metálicas, dos personas —un hombre y una mujer— tocaron el vidrio de la entrada principal. Andrés, se acercó a la puerta y en la rendija preguntó qué deseaban.

—¡Somos supervisores de auditoría! — contestó el varón.
—Espérenme voy avisar.

Al escuchar la conversación, Enrique le dijo que no les diera entrada hasta que dieran las 9:00 de la mañana. Las dos personas se retiraron de la puerta.
Pasaron pocos minutos cuando José Esteban Salinas Ocaña, gerente y encargado del banco, tocó la puerta y al abrirla también el par de personas entró detrás de él, y el hombre —que al igual que su compañera portaba un uniforme similar al de la empresa— indicó a los empleados que ingresaran al área llamada SITE para una revisión.
Esteban y Andrés se encaminaron al área y al voltear escucharon un grito.

—¡Tírense al suelo hijos de su madre pendejos!

Esteban y los demás obedecieron la orden. Andrés volteó hacia el asaltante, quien sacó un arma de fuego, cortó cartucho y lo encañonó, a la vez que le repetía la orden “tírate al suelo pendejo”.
Después sólo se escucharon gritos para que abrieran la puerta del bunker y los ladrones preguntaban sobre la clave. Tras ello, los sujetos les pidieron sus pertenencias y se fueron.
Andrés sólo recuerda que el hombre medía 1.75 metros de altura aproximadamente, era de complexión delgada, cabello negro corto y tez clara; mientras que su acompañante era de cabello largo, negro y ondulado; de tez morena clara, con cara redonda, pestañas largas, pupilentes de color azul y muy bien maquillada; de complexión robusta y alcanzó a verle una mochila beige o café.
Los ladrones ataron de manos y pies con cintillas de plástico a Fernando, Andrés y Enrique, con la advertencia:

—Al que voltee a ver les quebramos la madre, y acuérdense que tienen familia, el jefe está afuera.

Era un cruce de voces y entre ellas alcanzaron a escuchar que la mujer indicaba a su cómplice que pusiera el silenciador del arma de fuego. Se encaminaron rumbo a la salida con la amenaza de matar al que saliera.

DE AGRAVIADOS A SOSPECHOSOS
Pasaron entre uno y dos minutos e intentaron desatarse. Nadie quiso salir por miedo, tras liberarse se dirigieron al bunker y se percataron que en la base del imán que sella la puerta habían tres monedas de cinco pesos. Quizá para evitar que la puerta se cerrara por completo.
Fernando, Esteban, Enrique y Andrés ingresaron. El segundo, marcó a Sonia Vázquez, gerente de la sucursal Banco Azteca Polyfórum, mientras que el último se acercó al botón de pánico para pedir ayuda. No funcionó.
Ante la sorpresa de todos, Fernando musitó:

—Se va armar un desmadre en el bunker.

En seguida, dijo que tiraría todo para que se viera “el asalto muy feo”. Volteó hacia un extinguidor, lo tomó entre sus manos y lo dejó caer al piso. Enrique, lo reprendió y cuando Fernando quiso levantarlo el gas se disparó. En segundos, el humo inundó el bunker y todos salieron.
De nuevo intervino Fernando y dijo que sacaría el resto de las alhajas, entonces caminó al área donde están las máquinas y las desconectó, con ello deshabilitó también el sistema para que las cámaras dejaran de grabar.
Aprovechó el momento y sacó las alhajas que los ladrones habían dejado e insinuó que culparía a ellos del atraco. Ingresó de nuevo al bunker, abrió la caja y se dirigió a los archiveros en busca de una bolsa. Enrique le proporcionó una de plástico amarilla y Fernando empezó a meter todas las bolsitas con alhajas que estaban dentro de la caja de seguridad que con anterioridad había abierto.
Con la bolsa llena, salió al área de SITE y se topó con Andrés, a quien le advirtió:

—Tú no digas nada.
—No diré nada pero no me metas en tus rollos, contestó el otro.

Entonces Fernando indicó a Andrés que se llevara la bolsa a su casa pero éste se negó. A Fernando se le veía indeciso, sin saber qué hacer, y Enrique estaba en la puerta cubriéndolo, así salió de la sucursal rumbo hacia la 1ª Norte y se escabulló.
Entonces José Esteban y Enrique corrieron a pedir ayuda a la tienda Elektra, mientras Andrés cuidaba el local.
A los 10 minutos ambos regresaron y se quedaron afuera del negocio para pedir apoyo a un jefe de crédito en Banco Azteca, quien prestó un teléfono para comunicarse a la estación de Policía.
Dentro de la tienda sonó el teléfono, era el jefe de Enrique y Fernando, a quien pusieron al tanto de la situación. Solicitó entonces comunicarse con Fernando y para sorpresa de todos éste había regresado sin la bolsa con la que se fugó.
Eran alrededor de las 9:05 horas aproximadamente, los cuatro se sentaron en el área de ejecutivos y tiempo después llegó la Policía.
Soltaron varias preguntas a la vez a cada uno de los agraviados para luego llevarlos a declarar al Ministerio Público. Se enterarían después de que el robo fue de más de 2.5 millones de pesos en joyas y efectivo, pero lo peor estaba por venir, los cuatro empleados pasarían de agraviados a inculpados. De protagonistas a antagonistas. Andrés sería víctima —hasta la fecha— de un extraño asalto que además de sus pertenencias le arrebató su libertad.

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